“Los engañadores:”
Desde que la humanidad existe se conocen dos lados el bueno y el malo. Han pasado los siglos y ese concepto de la luz y la sombra aún existe, encontrándose en todas las religiones. Hace mucho tiempo, ante los habitantes de Xibalbá un día se presentaron dos pobres de rostro avejentado y miserable aspecto, vestidos de harapos. Así fueron vistos por los de Xibalbá.
Y poco era lo que hacían. Sólo se ocupaban en bailar la
danza del Puhuy lechuza, la de la Cuz comadreja y la del Iboy armadillo.
Además, obraban prodigios. Quemaban las casas como si
en verdad ardieran y al punto las volvían a su estado original.
Muchos los admiraban, por su rareza, a veces se
peleaban, se mataban unos a otros y al rato resucitaban. Llegaron enseguida esas noticias a oídos de
Huancané y de VacubCamé, los señores de la misión infernal. Y enviaron a sus
mensajeros a que los llamaran, con halagos.
¿No estáis viendo que no somos sino unos pobres bailarines?
—Dijeron ellos, disculpándose para no acudir a presencia de los señores—. ¿Qué
les diremos a nuestros compañeros de pobreza que han venido con nosotros y
desean ver nuestros bailes y divertirse con ellos? ¿Por ventura podríamos hacer
lo mismo con los señores? Así, no queremos ir, mensajeros —dijeron Hunahpú e Xbalanqué.
No tengáis miedo —les fue dicho— ¡Bailad! Hacer primero
la parte en que os matáis; quemad nuestra casa, haced todo lo que sabéis. Y os
daremos recompensa, pobre gente —les dijeron. Entonces principiaron sus cantos
y bailes.
Allí se dieron cuenta de que todo era un engaño y que
supuestamente esas cosas raras que ellos hacían no era verdad, solo era una
actuación.