“Midas:”
Baco le cumplió su deseo y todo lo que tocaba se
convertiría en oro, Midas se marchó muy alegre y en el camino cada cosa que
tocaba se convertía en oro.
Al lavarse las manos, el agua que caía tomó color que
hubiera podido engañar a Danaé. Encantado de virtud tan extraordinaria, se
entregó a los transportes de su alegría. Cuando fue a la mesa quiso tomar el
pan, se le convirtió en oro. Lo mismo le sucedió con todas las demás viandas y
el vino. Sorprendido por este detalle, con el que no contó, rico y pobre a la
vez, detestó una opulencia tan funesta y se arrepintió de haberla deseado. En
medio de tanta abundancia no podía satisfacer su hambre ni aplacar la sed que
le devoraba.
“Padre Baco —imploraba—, reconozco mi falta; perdonadme
y libradme de un estado que no es bueno, sino en la apariencia.” Baco, dulce y
bienhechor, le concedió de nuevo su petición: “Vete y lava las manos en el río
que corre cerca de la ciudad de Sardes, introdúcete en sus aguas para
purificarte del pecado cometido.” Midas obedeció, y al perder él la virtud de
convertir en oro todo lo que tocaba, se la transmitió a Pactolo, que tiempo
después arrastraba arenas de oro. Como ese río se desborda con frecuencia e
inunda las campiñas, se encuentra en ellas las venas de oro que él deja.
No hay comentarios:
Publicar un comentario