domingo, 20 de septiembre de 2020

“Midas:”

 

“Midas:”


Los sátiros y las bacantes iban con el dios Baco; pero Isleño no había podido seguirle: algunos labradores lo encontraron ebrio y titubeando y le condujeron ante Midas, instruido por Orfeo y Eumolpo en los misterios de Baco. Este príncipe lo recibió magníficamente y lo retuvo durante diez días, que fueron empleados en jolgorios y festines. Al onceno día partieron para Ladia, donde este mismo rey entregó a Baco su huésped. Encantado este dios de volver a ver a Isleño, ordenó al rey de Frigia le pidiera todo lo que deseaba. Midas, sin medir lo peligroso de su petición, le rogó que todo cuanto él tocara se convirtiese en oro.

Baco le cumplió su deseo y todo lo que tocaba se convertiría en oro, Midas se marchó muy alegre y en el camino cada cosa que tocaba se convertía en oro.

Al lavarse las manos, el agua que caía tomó color que hubiera podido engañar a Danaé. Encantado de virtud tan extraordinaria, se entregó a los transportes de su alegría. Cuando fue a la mesa quiso tomar el pan, se le convirtió en oro. Lo mismo le sucedió con todas las demás viandas y el vino. Sorprendido por este detalle, con el que no contó, rico y pobre a la vez, detestó una opulencia tan funesta y se arrepintió de haberla deseado. En medio de tanta abundancia no podía satisfacer su hambre ni aplacar la sed que le devoraba.

“Padre Baco —imploraba—, reconozco mi falta; perdonadme y libradme de un estado que no es bueno, sino en la apariencia.” Baco, dulce y bienhechor, le concedió de nuevo su petición: “Vete y lava las manos en el río que corre cerca de la ciudad de Sardes, introdúcete en sus aguas para purificarte del pecado cometido.” Midas obedeció, y al perder él la virtud de convertir en oro todo lo que tocaba, se la transmitió a Pactolo, que tiempo después arrastraba arenas de oro. Como ese río se desborda con frecuencia e inunda las campiñas, se encuentra en ellas las venas de oro que él deja.

 

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