“Los descendientes del Sol:”
En la riquísima región de Darién vivieron, desde los más remotos tiempos, los indios cunas. Ellos tuvieron como ascendiente al mismo Sol. Y sus tierras son las más hermosas que jamás se hayan contemplado. Los dioses les dieron montañas en cuyo seno está guardado el oro, lagunas encantadas, ríos de profundas corrientes, selvas pobladas por los más hermosos árboles y los más vistosos animales.
En un tiempo, del que ya no va quedando ni la memoria,
el hechicero de la tribu, el nele, era un hombre bueno y sabio, de costumbres sanas
y vida generosa, por lo que fue amado especialmente por el dios Sol.
El dios del Sol decidió darle un a este hombre que le
gustara. Un día, a
la hora del sacrificio acostumbrado, se presentó al nele y le ordenó que
eligiera algo, que le concedería lo que él quisiera. El hechicero no quiso aceptar y no pidió
nada. El dios feliz por su humildad le pidió que el deseara algo, y este le
pidió un tiempo para pensarlo bien, ya no quería pedir solo para él, él quería
algo que los beneficiara a todos pero le era muy difícil encontrar un don que
hiciera felices igual a todos. Él había soñado tener como cacique de su tribu a un
hijo del dios. Al Sol le pareció una cosa grande lo que le pedía, pero
accedería si todos estaban de acuerdo en la tribu con el deseo del nele. El ofrecimiento era
demasiado hermoso para haberlo deseado ellos antes. Durante tres días, la tribu entera se entregó
a elevar preces a los dioses y a ofrecer sacrificios. Al amanecer del último
día, los rayos del Sol se esparcieron por el cielo azul, como una gran corona
de oro. Se abrió el cielo y apareció en medio de la luz un niño maravilloso, de
cabellos rubios y ojos claros, con la tez de nácar, que le daba la mano a una
pequeña muy hermosa. Los llevaron a un palacio de oro que les tenían
preparado, y toda la tribu se desvivió por llevarles cuanto podía contribuir a
su comodidad y su bienestar sobre la Tierra. Fueron felices algún tiempo, pero después
de pocos años, la joven pareja se olvidó de su amor y de su origen divino. El dios Sol expresó su
cólera ante semejante conducta de sus hijos. Desde entonces, los hijos del Sol vivieron
como todos los demás.
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